“El Extranjero” del francés Albert Camus es una obra contundente y sumamente profunda gracias a su simplicidad. La obra narra la vida de un burócrata a partir de que se entera que su madre ha fallecido en un asilo; siendo éste el primero de varios acontecimientos en su vida que son propios de cualquier persona. Él experimenta lo que presumiblemente es amor, hace amigos, cumple en su trabajo, y trata de darse sus momentos de relajación, a la vez que batalla con lo usual de la rutina diaria. Todo es normal hasta que por azares del destino, mata a un árabe que le es prácticamente desconocido, en medio de la nada “por culpa del abrasante sol”. Pero todo esto le sucede sin que le afecte al protagonista; su mundo se derrumba poco a poco a su alrededor, pero internamente él no siente, no se emociona, no reacciona. Su circunstancia no impacta en su interior, pues carece de éste. Tiene vida, pero no espíritu, haciendo que poco importe la fatalidad que le acaece.
Camus plantea en su obra una filosofía existencialista muy distinta a la de sus colegas Beauvoir y Sartre (tendientes a la fatalidad suicida). Su postura es más positiva, se basa más en cuestionar la existencia que en condenarla o menospreciarla como llegan a hacerlo los antes mencionados. “No camines delante, pues no te seguiré; no camines detrás, pues no te guiaré; mejor camina a mi lado y acompañémonos por el camino”, fue una de las frases en ensayos posteriores del autor, y refleja totalmente su perspectiva. Camus no pretende dar respuestas a los misterios y dilemas de la vida. En cambio, él resalta los cuestionamientos elementales de existir para que cada quien trate de responderlos y le dé significación a su paso por el mundo.
La primera interrogante que surge es sobre la esencia y utilidad de la vida misma. Venir al mundo no es una decisión propia (aunque sí lo sea permanecer en él). Es la misma antiquísima cuestión sobre la razón por la que estamos aquí y ahora. El encuentro fatal del protagonista con el árabe demuestra esa futilidad de la vida. Estuvieron ahí por azar o destino, y simplemente sucedió lo que sucedió. Nada relevante cambió en el mundo si uno se convertía en asesino y el otro en víctima. Fue equivalente dejar o no de existir; unirse a los millones de almas perdidas en la infinidad del tiempo. Por ende, el valor a la vida se la debe de dar uno mismo en relación con uno mismo. El protagonista le es indiferente a todo, y es incapaz de valorar nada. Goethe decía que “un hombre sin pasiones ya está medio muerto”, y la muerte es lo único definitivo y relevante para el burócrata; todo lo demás es relleno para el vacío.
Esto conlleva el segundo dilema: los cuestionamientos de la moral y la ética. Esa falta de juicio valorativo del protagonista se podría decir es la causa del homicidio. Matar es malo sólo cuando se afecta a algo valioso (por muy utilitarista que pudiera sonar la aseveración, en ella está también la raíz del suicidio). El hombre que no aprecia su vida tampoco puede apreciar la de los demás, y por eso daba igual apretar el gatillo una vez, o seis veces, o no hacerlo del todo. Sócrates y Aristóteles apoyaban la idea de que el bien era el fin último de todo ser, y que el mal era sólo posible gracias a la ignorancia. Al matar a un árabe se demuestra que no hay límites, todo es lo mismo, si no se discierne entre el bien y el mal.
El siguiente cuestionamiento que brota, y que es origen del anterior, es la fe. En este caso, la falta de fe del protagonista no sólo en Dios, sino en todo. No cree más allá del ahora inmediato, efímero e inimportante. Toda persona necesita inherentemente tener una figura de trascendencia, de sentirse parte de algo mucho mayor que uno mismo, llámese Dios, patria o ideal. Sólo así, cada acción y detalle adquiere un valor, y se puede tener la certeza de que hay un propósito para el existir, definido de alguna forma que hay que descubrir. La trascendencia (supraterrenal, histórica o interpersonal) se convierte en la finalidad de la vida.
La ausencia de felicidad acompaña muy de cerca de la carencia de fe. El protagonista no puede ser feliz pues no vive la vida como quisiera. Los únicos momentos con atisbos de gozo de su parte es cuando, gracias al sol y al mar, logra evadirse de todo. Él vive por costumbre, no por gusto. Su “razón vital” (como definiera Ortega y Gasset) está apagada; Dionisio y Apolo no están vivos en él (como comparara Nietzche a la existencia humana). No tiene descalabros en su vida, pero tampoco tiene satisfacciones ni felicidad; está del todo nulificado. De esta manera, se puede llegar a la conclusión de que el protagonista se conforma con su mediocridad, apenas cuestionándose acerca de ella. Ni siquiera su relación de pareja le produce emoción. Simplemente le sirve para saciar sus instintos, no satisfacer querencias de su espíritu. Se conforma con que pase el tiempo.
A través de estas situaciones tan cotidianas y humanas, Camus logra descifrar una fórmula sencilla para la madeja de cuestionamientos que achacan la existencia. Todo parte de la congruencia entre el ser y el espíritu. La esencia de la vida reside en interconectar los valores, las convicciones, el ser y el hacer, tocando todo a un mismo compás. “Felicidad significa la armonía de un hombre con la vida que lleva”, declaró Camus, pero esto sólo se logra con un poco de cuestionamiento y reflexión. No importa que el autor mismo también dijera que “cuando uno se pregunta si es feliz, se deja de serlo”.Tal vez sólo dejando de ser mediocremente feliz se puede encontrar la manera de serlo auténticamente.
Bibliografía
- “Genealogía de la Moral” – F. Nietzche.
- “El Extranjero” – A. Camus.
- “La Rebelión de las Masas” – J. Ortega y Gasset.
- “Filosofía para Principiantes” vol. I y II. – Varios autores.