Perdida

Al abrir los ojos, Alma Marcela se encontró en un lugar extraño, envuelta en sábanas y siendo vislumbrada por la claridad de la mañana entrando por la ventana. Era la habitación de un departamento cualquiera, a juzgar por lo que alcanzaba a distinguir entre los destellos que le lastimaban su vista; pero definitivamente no era ninguno de los lugares en que estaba acostumbrada a despertar. No había la agradable brisa de la playa que otras veces la había saludado junto con el sol; tampoco tenía un solo rostro conocido cerca, ya fuera dormido junto a ella o en las fotos sobre la mesa de noche.

El timbre de su celular la había sacado rudamente de su plácido sueño. El sonido reverberaba hasta el fondo de su cráneo como si éste se hubiera encogido en el transcurso de la noche. Se llevó su mano a la cabeza para comprobar su teoría. Palpándose dio cuenta de su error, y también de que para su desgracia su pomposo peinado era ahora una desastrosa maraña de pelos castaños. Por su propia tranquilidad, evitaría mirarse en un espejo.

Su conciencia tardó un poco más en aterrizar desde su estado flotante hasta su cruda realidad. Alma Marcela se prometió que la fiesta de Marilú sería la última vez que se dejaría engañar con probadas felicidad fugaz como el humo que las producía, o dosis de diversión de dudosa calidad y con efectos secundarios.

Alma Marcela silenció su celular para que la dejara pensar. Tenía un recuerdo genérico de la noche anterior: caras de amigos, música, gente, todos los ingredientes de una fiesta divertida. Se cruzó por su mente Marilú, y después también Lorenzo y Gregorio, y el intento de coqueteo que tuvieron mientras bailaban; pero nada de detalles. Estaba perdida por completo.

Tomó una de las fotografías a su alcance y la observó con cuidado. El sujeto retratado era definitivamente guapo, tal vez un poco demasiado delgado y falto de gimnasio. Más en traje de baño a orillas de una alberca, pero no era de sus amigos. Ni lo podía relacionar vagamente con algún nombre que ella tuviera en su memoria, por más que repasaba mentalmente sus muchos conocidos. Tendría que preguntarle personalmente.

Entonces se desenredó de las sábanas y se levantó de la cama, dispuesta a buscar a su anfitrión, ese galán desconocido. Sintió entonces ropa tirada en el piso bajo sus pies descalzos, tan desnudos como el resto de su cuerpo venusino de veinticinco. Entendió que debían conocerse tanto como cualquiera de sus amigos, y decidió que sería prudente vestirse, sin importar la diversión que hubieran compartido antes del amanecer. Se arregló y agarró su celular; era algo que bajo ninguna circunstancia debía olvidar. Menos ahí. Además, descubrió sobre el buró unas cuantas pastillas: golosinas químicas. Agarró dos, una que se llevó a la boca de inmediato, y otra que se guardó para el camino. Necesitaría las energías extras para salir de ahí.

Alma Marcela encontró a su nuevo amigo en la cocina, ataviado con una típica bata casera que cubriera su desnudez. Para gusto de ella, era fotogénico: se veía más guapo en las fotografías que en persona. Pero se notaba que era de los raros caballeros todavía chapado a la antigua. Su sospecha se reafirmó al encontrarlo junto a una mesa servida con café, pan tostado, y otro par de platillos irreconocibles complementando el menú; todo acomodado en una charola lista para llevársela a la cama.

“Buenos días, linda. ¿Lista para desayunar?”. Él recibió a Alma Marcela con una gran sonrisa apenas notó su presencia.

“Gracias, pero no tengo tiempo. Ya voy tarde”. Ella no mentía. Revisó la hora en su celular, y hacía rato que ya debía estar en otro lugar.

“Entiendo. Yo te llevo”.

“No, no, no hace falta. Sólo dime por dónde salgo y dónde puedo agarrar un taxi”. Alma Marcela no había podido reconocer los alrededores del departamento al mirar por la ventana mientras se vestía en la habitación.

“La salida es por allá”. Él señaló una puerta al final del pasillo. “Y taxi lo agarras aquí sobre la misma calle, pasan muchos todo el tiempo, pero ¿segura no quieres que te lleve, aun con la prisa que tienes?”.

“Sí, segura, gracias”. Ella se apresuró hacia la puerta de salida.

“¿No olvidas algo?”, dijo él antes de que ella alcanzara a girar la perilla.

Alma Marcela volteó a verlo. Él tenía una pluma en una mano y un papel en la otra, agitándolos ligeramente en el aire. Ella caminó de regresó hasta él, le arrebató los útiles con una sonrisa traviesa, y los usó para escribir una nota que dejó sobre la mesa para que él la guardara.

“¿No crees que a ese número de teléfono le hace falta tu nombre?” inquirió él con un tono galante después de leer el mensaje.

Muchos, hombres y mujeres, sabían el nombre de Alma Marcela por la misma razón, pero con distintas perspectivas y prejuicios. Era extraordinario que él la desconociera tanto como ella a él. Tuvo la corazonada que le convenía ese mutuo anonimato. Así, en la alcoba no tendría que preocuparse por las altas expectativas que su reputación solía obligarla a satisfacer. Podía ser sólo cuestión de gozar libremente con ese extraño que se atrevía a tratarla como dama, por lo menos a la luz del día y más allá de la cama.

“Pues, si quieres el nombre, tendrás que llamar para conseguirlo”, le contestó Alma Marcela, con su mejor voz seductora, en una pose y actitud tan sexys que parecían imitación de Marylin Monroe.

Él sonrió, planeando ya una próxima velada furtiva, y guardó el papel en uno de los bolsillos de su bata, viéndola cerrar la puerta tras de ella.

Al salir del edificio, Alma Marcela encontró de inmediato un taxi andando por la calle. Sin embargo, lo dejó pasar, y a un par más, mientras se fijó en su alrededor. Si no tenía un nombre para recordar, se aprendería la dirección. No quería sentirse perdida en su próxima visita, que esperaba fuera pronto.

Por fin, detuvo un taxi para que la llevara a su destino. Para su fortuna, su novio no le daba importancia a los retrasos. Y mejor aún, no tenía que cambiarse de atuendo, pues él no había ido a la fiesta de Marilú. No tendría motivos de sospecha al verla llegar con la misma ropa de la noche anterior.

Tampico, Mexico. 2006.

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